Vivimos tiempos convulsionados por la pandemia y la crisis. Tiempos en los cuales no sabemos si las diversas actividades que se han programado (ya sea en lo social y lo personal) podrán llevarse a cabo. Pero no nos olvidemos, que estamos en tiempos de cuaresma, donde Dios nos invita a mirar a Cristo y su pasión, antes que el mundo y su desesperación.
Jesús en cierta ocasión apartó a sus discípulos y les dijo:
“Ahora vamos rumbo a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que escribieron los profetas acerca del Hijo del hombre. En efecto, será entregado a los gentiles. Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán; y después de azotarlo, lo matarán. Pero al tercer día resucitará.» Los discípulos no entendieron nada de esto. Les era incomprensible, pues no captaban el sentido de lo que les hablaba.
Lucas 18:31-34.
Este viaje que comenzaría Jesús, no sería fácil. A algunas de las personas les toca emprender viajes duros también. Aquellos que van a la guerra. Otros que viajan para hacer una operación complicada o al sepelio de un ser querido. A Jesús le espera un viaje duro, más arduo que cualquiera que nos haya tocado a nosotros.
Este viaje Jesús lo realiza dentro del ministerio público que duró aproximadamente tres años. Jesús era una figura popular, multitudes se acercaban a él, los discípulos estaban muy contentos porque eran cercanos a alguien famoso y sus esperanzas estaban puestas en su reinado. Confundieron este ministerio con una campaña política. Muchos estaban contentos y seguros de que Jesús sería su nuevo líder y rey.
Dios nos ama y se ocupó de un problema mucho más grande que cuestiones terrenales y políticas. Enfrentó el problema del pecado, de la condenación eterna.
Jesús emprende este viaje para arreglar lo que el pecado había destruido. Pero en vez de recibir aclamación y respeto, recibiría deshorna. En vez de ser elogiado, sería insultado. En lugar de recibir abrazos y felicitaciones, escupitajos. Antes que recibir una corona de rey, le pusieron una dolorosa corona de espinas.
Tantas veces nos centramos solamente en las miserias de nuestro mundo, y olvidamos que nuestro Señor soportó nuestros dolores y sufrió nuestro castigo. Lo hizo por amor. Y aún hoy te ama. Y “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1° Juan 4:10).
El amor de Dios no es solamente una teoría. Sino que es entrega, sacrificio, dolor. El amor de Dios se hizo carne, enseñó acerca del amor, lo practicó a la perfección y también ejecutó la mayor obra de amor que alguien pudo hacer: morir voluntariamente para salvar a la humanidad. Por lo tanto, dejemos de mirar nuestros propios sentimientos y nuestro propio dolor y miremos a la cruz. Y así podremos afirmar lo mismo que Pablo:
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?
Romanos 8:32