Hoy la cristiandad conmemora la ascensión de nuestro Señor. Cuarenta días después de la resurrección, en las afueras de Jerusalén, el grupo de sus seguidores de Jesús asistía a una experiencia que marcaría profundamente a aquella iglesia naciente. Ese evento se transformaría en una de las fechas que merecen ser recordadas con una marca especial: la ascensión. Quizá por caer un día jueves, quizá porque es opacada por el marketing de la Navidad y Pascua, la fiesta de ascensión queda como escondida en los pliegues del año eclesiástico. Hoy queremos reflexionar en el significado de este evento.
¿Qué significaría la ascensión visible de Jesús para aquella comunidad? ¿Qué significa para nosotros hoy que Jesús haya ascendido en forma visible a los cielos? ¿Qué sentimiento debe prevalecer en nuestros corazones cuando reflexionamos en este evento tan importante?
1 -Una despedida que no es abandono
En primer lugar, la ascensión de Jesús se trata de una despedida que no es abandono. Muchas veces los que se despiden, lo hacen obligados por las circunstancias. Atrás quedan los amigos, los familiares que sienten el sabor amargo de abandono. Jesús había estado preparando a los suyos desde antes de su muerte para este momento. En Jn 16: 5ss él dice…
Pero ahora voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?” 6 Mas porque os he dicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón. 7 Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.
- Una despedida que era necesaria
La despedida de Jesús era necesaria. La obra de redención había terminado. Si él no se iba, no iba a venir el Consolador. Si él se quedaba, su presencia física estaría limitada al tiempo y el espacio. Si él se quedaba, la iglesia corría el peligro de amucharse en un solo lugar. El plan era que el evangelio recorriera toda la tierra. Él había ordenado: vayan a todas las naciones y háganlos mis discípulos. Si él no se iba ¿cómo se haría realidad la promesa de que estaría con todos, en todo lugar, hasta el fin del mundo? La ascensión no fue un abandono, fue necesaria para que otra promesa se hiciera realidad: el bautismo de fuego, el bautismo del E. Santo.
- Una despedida triunfal
La ascensión fue una despedida triunfal. Fue un regreso con gloria. La ascensión completó el cuadro de la redención. Aquél que había descendido a lo más profundo, ahora ascendía a lo más alto. Él no regresa al Padre como un guerrero derrotado. Él no regresa como el que fracasó en su cometido, en su misión. La ascensión es el momento de la exaltación y la coronación. El Mesías prometido ha triunfado. Por esto dice: «Cuando ascendió a lo alto, se llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres.» 9 (¿Qué quiere decir eso de que «ascendió», sino que también descendió a las partes bajas, o sea, a la tierra? 10 El que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.) (Ef. 4:8-10) El regreso de Jesús al Padre es descrito como el regreso de un general que vuelve triunfante de la batalla a ocupar su puesto de honor. Él conquistó el botín del enemigo y ahora reparte los dones a su iglesia para que continúe con la misión. No es el fracasado que no puede terminar lo que empezó, sino que es el victorioso que regresa. A ocupar su lugar de honor… la diestra del Padre. “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies…” (Salmo 110). La diestra del Padre es el lugar desde el que gobierna a su iglesia… Allí intercede por los suyos. Allí fue a preparar un lugar para la eterna paz y gloria de su iglesia. Él que es la cabeza, gobierna a su iglesia con sabiduría y gracia.
- Una despedida que da lugar a otro tipo de presencia
La despedida no era tan sólo necesaria, o gloriosa: daría lugar a otro tipo de presencia. Las apariciones del resucitado durante esos 40 días habían tenido básicamente este propósito: de convencerlos de que lo que había salido de la tumba no era un fantasma. Por eso comió con ellos. Por eso les mostró la marca de su cuerpo. Ahora que estaban convencidos de que no era un fantasma, sino que era el mismo galileo que había andado con ellos desde el principio, el que había decidido voluntariamente ir a la cruz. La presencia física ya no tendría más sentido. La presencia física, siempre sería algo limitado. Ahora comenzarían a disfrutar de un nuevo tipo de presencia: una presencia espiritual, una presencia sacramental, pero no menos real. No una presencia mística al alcance de algunos que conocen ciertos secretos: su presencia sería real por medio de su Espíritu Santo, por su palabra, por los sacramentos. Allí él se hace presente de manera real y palpable. Los suyos no fueron abandonados. Si los cuarenta días sirvieron para demostrar que no era un fantasma, lo que sucedería el día de Pentecostés, mostraría que él no se borró ni los abandonó.
La iglesia fue preparada para ver en la palabra y la santa cena los medios por excelencia de su presencia. Lo había demostrado a los dos discípulos de Emaús. Luego de hablarles hasta que ardieran sus corazones, luego de partir el pan, se fue de su vista. No todos tendrían la chance de ver al resucitado con su propios ojos, algunos debería creer por lo que habían visto los ojos de otros.
2- Una espera que se hace misión
La ascensión no sólo es muestra de que Jesús no nos abandonó… sino que nos coloca en una espera que se hace misión.
Una vez más, Jesús les habla desde el entorno de una mesa. “No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado”. Pero aún ahí, le hacen una pregunta que revela que ciertas cosas no fueron comprendidas. El reino no estaría ligado sólo a Israel. El reino de Dios, del cual les habló es un reino que debería extenderse hasta lo último de la tierra. Si era el reino de Dios no dependería de hombre alguno: sería 100% el resultado de un mensaje. Ese reino, la los ojos del mundo, sería el reino del revés. Un reino en el que los primeros serían postreros. Un reino en el que los pobres, los perseguidos, los aborrecidos son bienaventurados… Un reino cuya presencia incomodaría a los poderosos, porque desnuda sus hipocresías, su apariencia de bondad…
- Una misión que continúa lo que Jesús comenzó
La misión de los discípulos seguiría lo que Cristo comenzó, pero en una escala mayor. El evangelio de Lucas remite a todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar (V. 1). Ahora, el libro de Hechos, mostraría todo lo que Jesús seguiría haciendo por medio de su Espíritu Santo. Algunos proponen que el libro se llame Hechos del E. Santo, en vez de Hechos de los Apóstoles. En esa misión el mensaje evangélico comienza a caminar como un fuego sagrado, partiendo de Jerusalén y llegando al corazón del imperio.
- Una misión que nos incluye como testigos
Cuando los discípulos preguntan por el tiempo de la restauración, Jesús no responde acerca del cuándo. Jesús responde con el qué, el cómo y el dónde de la misión. “Pero cuando venga el E. Santo sobre ustedes…” (V. 8).
La misión de Jesús nos incluye a nosotros como testigos. No dice: me serán predicadores, sacerdotes… Me serán testigos. Por supuesto, que los apóstoles tendrían un rol especial en esta tarea. Pero además de los apóstoles había otros que habían visto y oído y que serían testigos. No se trata de sacar cuentas, de especular, se trata de actuar como testigos. ¿Quién es capaz de actuar como testigo? Todo aquel que presenció un hecho. Los cristianos no somos testigos de una teoría, sino de un evento. El evento más tremendo que haya sucedido: la encarnación, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Y nuestro testimonio sólo es posible a partir de la obra del E. Santo. El Espíritu Santo no nos deja quietos. El Espíritu Santo nos da poder… nos capacita para decir la verdad. El Espíritu Santo usa nuestro testimonio para calar en otros corazones para que conozcan a Cristo y reciban los beneficios de su obra: perdón de pecados, vida y salvación.
¿Qué clases de testigos somos? ¿Temerosos? ¿Falsos? ¿Callamos nuestro testimonio? ¿Estamos conscientes de que si testificamos la verdad en un tribunal, podemos evitar la condenación de una persona inocente? Cuando somos testigos del evangelio, ese testimonio puede salvar vidas de la condenación del infierno. Pero no de vidas inocentes, sino de vidas que están bajo la condenación a causa de la maldad del pecado. Vidas por las que Cristo murió… Vidas cuyo destino Cristo quiere cambiar. Vidas vacías a las que Cristo quiere colmar de vida abundante.
- Una misión desde la esperanza, no desde la nostalgia.
¿Cómo llevar a cabo esta misión? Cuando los discípulos vieron ascender a Jesús, se quedaron con la mirada clavada en el cielo, como “tildados”. La pregunta del ángel fue ¿Qué hacen aquí mirando al cielo? Es como si nos quedáramos plantados en el andén de la terminal después que un ser querido se va de viaje. El mensaje del ángel no es: así como lo vieron ir al cielo, así ustedes también irán al cielo. El mensaje fue: así, de la misma manera, en forma visible volverá. Esto marca una tarea, una misión. Una misión que debe ser hecha desde la esperanza y no desde la nostalgia. La nostalgia mira al pasado: ¡Qué lindo que era! Nos podemos imaginar a los discípulos ¡Qué lindo que era cuando el maestro estaba con nosotros! ¡Qué lindo cuando nos sentábamos a la mesa con él y nos hablaba! Hoy quizá seguimos teniendo cristianos movidos por la nostalgia ¡Qué lindo que era cuando estaba tal o cual pastor! ¡Qué linda era la iglesia en el campo, cuando faltaba lugar!
El motor de nuestra misión no puede ser la nostalgia, sino la esperanza. La nostalgia dice ¡Qué lindo que era!. La esperanza, en cambio dice ¡Qué lindo que será! Qué lindo que será cuando el reino de Jesús se extienda a los lugares donde aún reinan la miseria, el dolor y la muerte! ¡Qué lindo que será cuando todos los que deban ser salvos hayan oído y creído el mensaje de perdón y de paz del evangelio! ¡Qué lindo que será cuando el Señor vuelva y nosotros hayamos concluido con la tarea que nos fue encomendada!
Qué bueno y consolador es saber que el que ascendió también va a regresar. No nos quedemos con la mirada fija en el cielo. Sí recordemos que sí él, la cabeza, está allá, también nosotros sus miembros estaremos con él. Si él, que es humano, está a la diestra del Padre, nosotros los humanos aunque a veces nos sintamos derrotados, podemos tener la certeza de que nadie puede separarnos del amor de Dios.
Que nuestra espera no sea ni parálisis, ni espera vacía. Que nuestra espera sea misión, que sea visión, aguardando con esperanza su regreso.
Profesor Antonio Schimpf.