Hechos del Espíritu Santo
¿Qué significa para nosotros Pentecostés? ¿Para qué vino el Espíritu Santo? ¿Por qué se manifestó de ese modo? No debemos olvidar que el Espíritu Santo, como verdadero Dios, es eterno como el Padre y el Hijo. Ya estaba presente en la creación del mundo y del ser humano; se manifestó en diferentes circunstancias y con diversos personajes del Antiguo Testamento; obró en la vida y en el ministerio de Jesucristo, desde su concepción hasta su ascensión. Sin embargo, en Pentecostés vino para una nueva etapa de la iglesia del Señor. Ahora, todos los creyentes contamos con el Espíritu Santo, quien produce la fe por medio del evangelio, da dones y guía en la vida de santidad.
Cada aspecto de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés tiene su importancia para la iglesia en el presente. Cuando llegó el día de Pentecostés, se oyó como un “viento fuerte”, no era un viento, pero un ruido como un viento; se vieron “lenguas como de fuego”, no era fuego, pero algo que se movía sobre la cabeza de los hermanos, y se oyeron “otras lenguas”, no eran extrañas, sino conocidas para los oyentes.
– El sonido como un “viento fuerte” muestra que el Espíritu Santo vino para traer poder. El viento es un poder grande y fuerte, aunque invisible. El viento es capaz de empujar enormes veleros; mover inmensos molinos o quebrar gruesos árboles. Así también es el Espíritu Santo, no lo podemos ver y tampoco lo podemos manejar. Pero, su poder es muy grande. Cuando él mueve, su resultado es notable en el creyente individual y en la iglesia en general. Como decimos en la explicación del Tercer Artículo del Credo Apostólico, el Espíritu Santo llama por el evangelio, ilumina con sus dones, santifica y conserva en la fe. Nuestra fuerza como cristianos para hablar y servir viene del poder del Espíritu Santo. Leemos en la Biblia: “Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder” (Hechos 1.8).
– Las “lenguas como de fuego” nos enseñan que el Espíritu Santo vino para purificar. Por ejemplo, sabemos que los metales no salen de la tierra en forma pura, limpia y refinada. Generalmente, se usa el fuego para purificar el oro, el hierro o la plata. Cuando el Espíritu Santo, por medio de la Palabra, toca y controla nuestro corazón, hace lo mismo. Él quita todas las impurezas del pecado y nos purifica, nos justifica y nos salva. Pablo le escribió a Tito, diciendo que Dios “nos salvó, y no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador” (Tito 3.5-6).
– El hablar en otras lenguas demuestra que el Espíritu Santo vino para ayudarnos a hablar. Aquellos creyentes, con coraje y con amor, hablaron a todos de “las maravillas de Dios”. Lo mismo espera el Señor de nosotros hoy. Podemos hablar de las maravillas que el Señor ha hecho por nosotros y en nosotros transformándonos de pecadores perdidos en pecadores salvados y con la esperanza de la vida eterna. Así, nos ha dado el privilegio de ser sus embajadores en este mundo. El apóstol afirmó: “Así que somos embajadores en nombre de Cristo, y como si Dios les rogara a ustedes por medio de nosotros, en nombre de Cristo les rogamos: «Reconcíliense con Dios»” (2 Corintios 5.20).
El Espíritu Santo vino para dar poder a la iglesia; para purificar a los creyentes y para que todos podamos predicar el evangelio de Cristo. Con ese Espíritu tenemos vida, vida espiritual, vida perdonada, vida alegre, vida pacífica, vida valiente, vida esperanzada, vida eterna. Por la fe en Cristo, somos llenos del Espíritu Santo. Amén.
Pastor Arnildo Ikert. Extraído de la Revista Digital de Teología. Edición Nº 2, Año 2018.