Cuando nos toca de cerca, muchas veces nos habremos preguntado para qué sirve la muerte. Para qué si no para producir dolor, luto, sufrimiento, desgarro interior, llanto, y tantas otras cosas. La muerte que hoy recordamos sirvió para algo grandioso; fue por nosotros, por lo que nos sirvió y sirve a todos.
El profeta Isaías, con mucha antelación, nos brinda detalles precisos de lo que Cristo, el Siervo del Señor, iba a padecer en la cruz, y por quiénes lo haría: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros. (Isa 53:4-6).
El profeta no se cansa de repetir el mismo hecho: el Siervo del Señor, sustituyó a los seres humanos, eligió llevar sobre sí nuestras culpas y soportar nuestro castigo. Por lo tanto, aquellos que confiamos en él, cambiamos nuestra culpa por Su justicia, nuestro castigo por Su absolución.
Hoy damos gracias a Dios porque en Cristo sufrió lo que nos correspondía a nosotros. Lo hizo para que seamos de él y así tengamos el preciado don de la vida.