(Salmo 46:10).
En tiempos de la Reforma, esta verdad resonó con mucha fuerza y una fuerza renovadora. En medio de tensiones políticas, religiosas y una iglesia que muchas veces prácticamente había olvidado la centralidad de Cristo. La Palabra de Dios señaló un camino claro: no confiar en la fuerza humana, sino en la gracia y fidelidad del Señor. Martín Lutero encontró en el Salmo 46 un refugio seguro. En este Salmo además de inspirarse para escribir el emblemático y categórico himno “Castillo Fuerte”, también oyó la voz divina que calma el corazón desbordado y recuerda que el Señor reina, aun cuando el mundo parece temblar, y el diablo “con sus armas astutas”.
La Reforma no fue un movimiento humano por conquistar poder o imponer ideas. Fue, sobre todo, un llamado a volver al Evangelio puro, a la Palabra viva que declara que nuestra justicia no proviene de nuestras obras, sino de la obra perfecta de Cristo. “Estad quietos” (en inglés: Be still) significa reconocer nuestra incapacidad para salvarnos a nosotros mismos y descansar en la obra completa del Salvador. Significa dejar de buscar méritos propios y aferrarse a la gracia inmerecida de Dios, revelada en la cruz.
Hoy, como entonces, vivimos rodeados de ruido: exigencias, ansiedad, agendas llenas, voces que prometen seguridad en lo material, en el reconocimiento o en el éxito personal. La Reforma nos invita de nuevo a ser, a estar “quietos” en la fe, a detener el esfuerzo por justificarnos ante Dios y ante los demás, y descansar en la verdad que libera: Cristo es nuestro refugio, nuestra fortaleza y nuestra paz. (Sal. 46.1) ¡qué preciosas son esas palabras: “nuestro pronto auxilio en todas las tribulaciones”
Celebrar la Reforma una vez más, es, entonces, recordar que Dios es Dios. Que Él actúa, sostiene, perdona y renueva. Y que nuestro mayor consuelo no está en nuestra fuerza ni en nuestro obrar, sino en su Palabra firme y verdadera. En esa certeza, el corazón encuentra quietud y la vida, propósito. Soli Deo Gloria.












