Para los años 2018 y 2019 nuestra iglesia eligió como lema de trabajo para su Plan Nacional: “Enseñemos las cosas que Dios nos mandó”.
En realidad este debiera ser un lema permanente para la iglesia en todo tiempo
Como iglesia, y como cristianos, debemos estar sujetos a las Sagradas Escrituras, por encima de cualquier otra normativa. Cada vez que abrimos las Escrituras, encontramos en ellas enseñanzas, directivas, correcciones, advertencias, promesas, e información que sólo en la revelación bíblica puede ser encontrada.
Nos proponemos enseñar lo que Dios nos manda. Esto significa que, por un lado, tenemos que saber lo que Dios nos manda, y por el otro lado, tener cuidado de no enseñar lo que Dios no nos manda.
Nuestra memoria es floja, y solemos olvidar algunas cosas importantes que nos fueron mandadas. Y por otra parte, tenemos una imaginación frondosa a la que le gusta, a veces, influenciada por las circunstancias, o los intereses del momento, crear y enseñar cosas que no nos fueron mandadas por Dios, sino por alguna mente humana a la que admiramos por alguna razón.
Entre nosotros estamos acostumbrados a dar un énfasis muy grande a las doctrinas de la fe. Especialmente a la doctrina de la justificación por la fe en Jesucristo, como el pronunciamiento judicial de Dios de absolver de sus culpas al pecador que se arrepiente y cree. Esta es la herencia que traemos de la Reforma. Es el énfasis teológico predominante que surgió en una época en que la enseñanza generalizada era de que la salvación se alcanzaba por las obras y los méritos humanos. Y es importante que esta doctrina fundamental siga siendo enseñada, y las doctrinas derivadas de ella, tal como Dios las mandó. Esto hace al corazón del luteranismo.
Pero también es importante que nuestra enseñanza no esté centrada únicamente en las doctrinas de la fe, sino que se preste atención también a las enseñanzas bíblicas consecuentes de la doctrina de la justificación en la vida práctica y cotidiana de la fe correcta. Se trata, entonces, de aprender y enseñar a creer correctamente. Pero también se trata de aprender y enseñar a vivir piadosamente según la voluntad de Dios.
Sabemos que la justificación que Dios opera es perfecta. Pero que a ella ha de seguir un vida de gradual santificación, como un proceso agradable a los ojos de Dios.
Si me preguntan qué cosas hemos de enseñar, como Dios las mandó, respondo: “Nuestro llamado es a enseñar as creer correctamente, pero también a vivir piadosamente”. Ninguna de las dos cosas en detrimento de la otra.
Me parece muy clarificador lo que Jesús dice al final del sermón del monte, en el evangelio de Mateo, cap. 7. En el v. 24 leemos: “A cualquiera que me OYE estas palabras, Y LAS PONE EN PRÁCTICA, le compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca”……Y en el v. 26: “Por el otro lado, a cualquiera que me OYE estas palabras, Y NO LAS PONE EN PRÁCTICA, le compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena”. Y sabemos cómo termina la historia.
Nuestro lema nos llama a enseñar a creer correctamente, y también a enseñar a vivir piadosamente. Esto será verdadera prudencia.