Las Máquinas No Aman

Se  dice que al eminente sabio Alberto Einstein le preguntaron si la tercera guerra mundial se realizaría con bombas atómicas. Su respuesta fue: “No lo sé. Lo que sí sé es que la cuarta será con palos y piedras”.

El conocimiento humano ha evolucionado, y sigue haciéndolo, de una manera tal que es imposible seguirlo o acompañarlo, tanto por su complejidad, como por su aceleración. El mundo entero se ha convertido en una gran maquinaria, ensamblada y aprisionada por los sunchos de la tecnología virtual. Estos son como las drogas. Primero liberan y dan una sensación de bienestar y felicidad, y luego aprisionan y esclavizan, a tal punto que nadie es, individualmente, dueño de su  vida, sus actos, sus decisiones  y su destino.

Este proceso no tiene retorno. Intentar detenerlo sería el caos. Solamente podrá acelerarse y complejizarse cada vez más. Hasta que llegue de nuevo, después del gran estallido, el tiempo de los palos y las piedras, si Dios todavía concede esa opción.   Las máquinas y los aparatos no tienen capacidad de amar. Sí tienen el poder de quitarle esa capacidad a los humanos, convirtiéndolos en extensiones de las  máquinas, y haciéndolos totalmente dependientes de ellas. ¿Queda  alguna otra alternativa?

En medio de todo esto, gente intoxicada por esa realidad que la asfixia, sueña con la libertad de poder disponer de su tiempo y espacio. Quieren “salir al campo”, del que, tal vez, guarden algún recuerdo de su niñez  y de la libertad de la que disfrutaban. Pero si tienen dinero y pueden hacerlo, a las pocas horas, o días, les empieza  a deprimir el silencio, la lentitud  aparente del tiempo, el rigor del clima, y el esfuerzo personal que se requiere allí. Pronto todo se vuelve monótono.  Se aburren, y se apresuran a volver al mundo complejo de la ciudad con sus aparatos y  de las presiones, que  ya las sienten necesarias para la vida.

Lejos han quedado  los tiempos en que los abuelos, venidos de otras tierras, se afincaron  tierra adentro, con los ojos brillantes de esperanza e ilusiones de progreso y bienestar. No había máquinas complejas ni aparatos sofisticados. Los seres humanos eran lo más valioso e importante que tenían. Eran, muchas veces, materialmente pobres, pero tenían capacidad de amar, de formar familias y comunidades, en las que la libertad, y el trato con  el prójimo  era deseado y cultivado.

Pero en pocas décadas las cosas cambiaron rotundamente. La explotación económica de la que fueron objeto,  los obligó a emigrar a la periferia de  las ciudades, donde algunos todavía lograron hacerse de un terreno y  una vivienda. Los hijos ya no tuvieron esa oportunidad. Y los nietos, menos aún.

Muchos hoy  tratan de sobrevivir, luchando en medio de la marea humana, sin mucho margen para casi nada, en una marcha hacia el empobrecimiento y la marginalidad social. Esta gran maquinaria es incapaz de amar y dar el alimento más importante que toda persona necesita. El amor.

Este fenómeno social de la maquinaria masificadora de la sociedad ofrece el caldo perfecto para el cultivo de los populismos, por parte de vendedores verbales  de esperanza, que generalmente, una vez electos,  terminan estafando a la sociedad y enriqueciéndose a costillas de la gente.

¿Qué tiene que ver todo esto con la fe cristiana y con la iglesia? Pues tiene mucho que ver. Destaco aquí solo dos cosas importantes: La primera tiene que ver con la enseñanza bíblica de  la gracia de Dios. En el mundo en  las personas  son solamente pequeñas piezas, cada vez menos necesarias,  de una gran maquinaria, no impera el amor, sino la ley de la selva. Impera el “sálvese quien pueda”, y solo llegan a “salvarse” los más listos, los más fuertes, los que tienen mejores condiciones y posibilidades, y muchas veces, de cuestionable honestidad.

No es verdad que  el fracaso de tantas personas en todos los órdenes sea  culpa de ellos mismos. El  sistema no ama a nadie. Solamente favorece a los que le son mas funcionales y útiles. La gran mayoría queda  descartada y no tiene posibilidades. En la comunidad de la iglesia, que es el pueblo de Dios, ha de imperar la gracia. Ha de haber lugar para todos, no por méritos personales, sino por el amor de Dios. Enfermos, discapacitados, necesitados, marginados, abandonados, pobres,  personas sin instrucción, que no tienen cabida en ninguna parte, porque no pueden competir y salvarse, han de ser  acogidas en el vínculo del amor. La gracia de Dios es regalo para todos por igual, y no es un premio a los esfuerzos o a las capacidades personales. La congregación no debe transformarse en un lugar para las ideologías teológicas, sino en un lugar de encuentro donde no impera la maquinaria incapaz de amar, sino la gracia de Dios, igual para todos, y donde se comparte, dando y recibiendo amor y contención. Un lugar donde se cree, pero también donde se vive y se respira bienestar  para el  cuerpo y el  alma.

El segundo área  al que la situación social creciente y cambiante nos afecta  es a nuestros modelos de iglesia , de pastorado, y  de administración eclesiástica.  ¿Estamos llamados a ser iglesia solamente para los pocos que se “salvan”, y  aún están en condiciones de mantener económicamente a un modelo eclesiástico moldeado en otras condiciones sociales, políticas y económicas, con pastores y funcionarios rentados, que han hecho de este trabajo una profesión? ¿Estaremos madurando para abordar estas cuestiones en las nuevas realidades, o sólo soñamos con regresar  a lo que se fue para siempre?

Carlos Nagel – Presidente de IELA.