Un Silencio Sanador

La aglomeración de personas en las ciudades, y la aceleración del ritmo de vida,  hacen que la gente viva envuelta en un ruido constante y aplastante. Hay tanto ruido alrededor, y afuera, que no se logra escuchar casi nada del interior, como los gemidos del corazón y las preguntas de la conciencia. Este es un fenómeno que quita la posibilidad de encontrarse cada cual consigo mismo, de viajar al interior de su alma, y de reflexionar sobre las cosas verdaderamente profundas y trascendentes que nos pueden aproximar a la paz.

Estamos  otra vez en la semana santa, que, posiblemente será para muchos tiempo para el ruido, para el movimiento, como diciendo que no soportan el silencio ni la quietud porque temen encontrarse consigo mismos.

El viernes santo en que Jesús entregó su vida por nuestras culpas, de repente se hizo silencio, cuando él, clavado en la cruz,  inclinó su cabeza y expiró.  Nadie tuvo mas palabras ni algo  para decir. Silencio aterrador para no pocos, cuya conciencia les acusaba y los hería como un puñal, y un silencio expectante para otros, que habiendo contemplado todo, sabían que esto no quedaría así.

Nuestros mayores se referían al viernes santo como “el viernes del silencio”. En alemán, “Stillfreitag”. Y se hacía silencio, como para ordenar el alma en la esperanza de poder escuchar y celebrar la suave y armoniosa  música el domingo por la mañana con el contenido: “Cristo vive, Aleluya. El Señor verdaderamente resucitó para que, como Él vive, nosotros también vivamos”. 

Tenemos una linda oportunidad para hacer y disfrutar del silencio,  para poder escuchar la voz amorosa de Dios, que en estos días nuevamente nos quiere confortar y restaurar en Cristo, el glorioso Señor.

Carlos Nagel – Presidente de IELA en ejercicio.