Mensaje del Presidente

Un líquido como cimiento

Jesús enseñó a sus discípulos acerca de la importancia de construir la vida con prudencia, como una casa que sea capaz de resistir los embates diversos, y no derrumbarse para convertirse en una ruina. Esta  edificación necesita un fundamento firme, como una roca, bien afirmada  en las profundidades de la tierra.

La otra alternativa que Jesús presenta es la de construir de manera tonta, sobre un cimiento flojo como la arena. Ante las dificultades, la misma caerá y  tendrá un final desastroso. Es lógico y natural que suceda de este modo.

Durante siglos y milenios las distintas civilizaciones humanas trataron de edificar su historia y sus proyectos sobre bases que creían mas o menos sólidas.   Estas eran principios que se aceptaban como verdades, para contrarrestar lo que se creía  ser mentira, error o equivocación. Había códigos a ser respetados por los diversos actores de la sociedad. Era mal visto, y digno de castigo, el apropiarse de lo ajeno. El ladrón debía responder por sus actos. El matrimonio y la familia eran considerados el lugar ideal para la vida, la subsistencia y el desarrollo de los seres humanos. Romper la familia, descuidar a los hijos, no educarlos correctamente, faltar el respeto o abanddnar a los mayores, o vivir en infidelidad matrimonial, era mal visto, y sujeto a sanciones sociales y legales.

Hasta hace no mucho, las cosas, los objetos, las propiedades, o su equivalente en dinero, tenían un valor estable. Desde que se inventó la inflación, que es una forma de robo,  de todo eso no queda casi nada.

En nuestra generación íbamos a la escuela, escuchábamos a la maestra en silencio y con atención. No hacerlo era digno de alguna sanción, en la escuela y en la casa. Desde la aparición de la enseñanza, con todas las teorías de este tiempo en el   fondo, son los maestros los que tienen que escuchar, y gritar para hacerse oír, o, frustrados, enfermarse de las cuerdas vocales.

Los cristianos escuchábamos a nuestros maestros y pastores, cuando nos enseñaban la Palabra de Dios, y lo tomábamos como un fundamento sólido en el que se podía confiar, tener esperanza, construir la vida, la familia, un orden social que perdure, un matrimonio como una meta de bienestar. ¿Y hoy? ¿Qué pasó que hay tan  poco interés en estas cosas?

Ocurre que en las últimas dos décadas se han producido transformaciones tan profundas, que todo lo que se tenía por sólido, dejó de serlo. De la obsoleta reciente  postmodernidad hemos pasado a una nueva época conocida como la “del pensamiento líquido”. Su principal característica es precisamente esta, no hay nada sólido, nada firme, nada estable ni definitivo. Nada tiene forma ni peso ni tamaño propio, sino que adopta las del envase que las contiene.  

En esta manera de pensar se forman nuestros niños y jóvenes en las escuelas, y bajo los medios de comunicación y los recursos de la tecnología. Así como se inclina el frasco, lo hace su contenido. Los conceptos de matrimonio, familia, identidad sexual y de género, aborto, valor de la palabra, solidaridad, verdad, honestidad, justicia, dinero, negocios, propiedad,  Dios, iglesia, Biblia,  religión, sacerdote, pastor, derechos y deberes, etc. todo es líquido y no tiene forma aparte de la que uno quiera darle.

A quienes todavía creemos y aceptamos que existen  valores sólidos y permanentes, que no admiten ser licuados, nos cuesta mucho entender y convivir con la generación del pensamiento líquido.

Estamos en setiembre, el mes de la Biblia. Ella es nuestra base sólida. La palabra profética más segura, como diría el apóstol Pedro. Es necesario que como iglesia revaloricemos constantemente la  importancia de la Palabra de Dios, única base sólida para la fe cristiana y la iglesia. Si ella también se licúa, como ya se ve con tristeza  por ahí, la fe y la iglesia se transformarán en una vulgar religión , y en un engaño más que el poder de las tinieblas habrá logrado infiltrar.

Necesitamos apegarnos a las Escrituras, pero también necesitamos conocer, estudiar y reflexionar como pastores y congregaciones sobre estas cosas, para entender el caldo en el que nos toca vivir.

Carlos Nagel. Presidente de IELA.