Faltan pastores. Con esta afirmación no estoy diciendo nada nuevo. Suenan en nuestros oídos estas palabras de Jesús: “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros —les dijo a sus discípulos—. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo”. En la época de Lutero también faltaban, especialmente “buenos” pastores. En uno de sus escritos, “Sermón para que se manden a los hijos a la escuela” escrito en 1530 (un año después de la publicación del catecismo menor), él aborda el tema de la necesidad de personas educadas, preparadas, para el ámbito de la iglesia y del gobierno, llamando la atención de la desidia de los padres que impedían la educación de sus hijos.
Ya que estamos en el mes de la Reforma, dejemos que sea Lutero el que hable en las frases entre comillas: “Observo que el hombre común no se interesa en el mantenimiento de escuelas y que retira por completo a sus hijos del estudio, pensando sólo en cuidar de la alimentación y del estómago. Además, no quieren o no pueden pensar qué cosa terrible y anticristiana cometen con ello, y qué daño homicida le provocan a todo el mundo en beneficio del diablo”. Los gobiernos de las distintas ciudades estaban tomando conciencia de lo importante que era la educación para que la nación se desarrolle. Construían escuelas, pero se encontraban con la apatía de los padres que decían: “Ah, si mi hijo sabe leer y escribir alemán, y sacar cuentas, sabe suficiente; lo dedicaré al comercio”.
¿En qué iba a resultar esta conducta, esta negación de los padres a invertir en la educación de sus hijos? En el corto tiempo dejarían de existir el ministerio de la predicación y el oficio secular. “El ministerio de la predicación —cuando existe como Dios lo ha ordenado— acarrea y otorga justicia, paz y vida eterna. En cambio, el gobierno secular conserva la paz, el derecho y la vida temporal y pasajera”. Todo esto se perdería. Por el ministerio de la predicación, “me refiero al estado que se ocupa en el servicio de la palabra y los sacramentos, el cual concede el Espíritu y toda bienaventuranza, que no pueden conseguirse con cantos y pompa. Esto incluye el oficio de pastor, maestro, predicador (…), instructor, y cuanto más pertenezca a tales funciones y personas”. “Merced a su oficio y palabra se conserva el reino de Dios en el mundo, el honor, el nombre y la gloria de Dios, el verdadero conocimiento de Dios; la verdadera fe y comprensión de Cristo, los frutos de la pasión, sangre y muerte de Cristo, los dones, obras y poder del Espíritu Santo; el uso recto y saludable del bautismo y del sacramento; la verdadera doctrina pura del evangelio; el recto modo de castigar y crucificar el cuerpo, y otras cosas más”.
“Es muy cierto que la autoridad u oficio secular de ningún modo puede compararse con el ministerio espiritual de la predicación (…) pues no fue adquirido a precio tan alto por la sangre y muerte del Hijo de Dios (…) No obstante, es un magnífico ordenamiento divino y un excelente don de Dios. Él lo creó e instituyó y quiere que se conserve, puesto que de ningún modo podemos prescindir de él. Si no existiese, ningún hombre podría subsistir frente a los demás, uno devoraría al otro, como lo hacen entre sí los animales irracionales”. “No hay príncipe que no necesite cancilleres, juristas, consejeros, eruditos y escribientes… ¿Quién gobierna el país y al pueblo cuando hay paz y no guerra? ¿Acaso los guerreros o los capitanes de campaña? Considero que lo hace la pluma. ¿Qué hace mientras tanto el avaro con su dinero? No alcanza a tales honores, y entre tanto se ensucia con su dinero oxidado”.
“Todos los estados y obras de Dios deben ser elogiados cuanto se pueda, sin desdeñar a uno a causa del otro… Dios es un gran señor; tiene toda clase de sirvientes”. “Nosotros, los teólogos y juristas, seguiremos subsis- tiendo o irán todos a la ruina con nosotros: no fallará. Si desaparecen los teólogos, desaparece la palabra de Dios y no queda otra cosa que paganos, en efecto, nada más que diablos. Si desaparecen los juristas, desaparece el derecho, junto con la paz, y no queda otra cosa que robo, homicidio, crimen y violencia; en efecto, nada más que animales salvajes. Lo que gane y adquiera el comer- ciante si desaparece la paz se lo dirá su libro contable; y qué beneficio le reportará toda su fortuna si se pierde la predicación, se lo mostrará claramente su conciencia”.
“Si Dios te ha dado un hijo capaz y apto para este minis- terio y no lo educas para ese fin, sino solo te preocupas del estómago y de la manutención temporal… en cuanto depende de ti, le quitas a Dios un ángel, un servi- dor, un rey y príncipe en su reino, un salvador y consola- dor de los hombres en cuerpo y alma, en fortuna y honra; un capitán y caballero contra el diablo… y así el mundoqueda en la herejía, el error, la disensión, la guerra y la riña, y cada vez se vuelve peor. Se pierde el reino de Dios, la fe cristiana, el fruto de la pasión y sangre de Cristo, la obra del Espíritu Santo, el evangelio y el servicio divino; y se impone el servicio del diablo y la superstición. Todo esto se habría podido evitar, impedir, y aun mejorar, si tu hijo se hubiera educado y dedicado a ello”.
Nosotros enviamos a nuestros hijos a la escuela. Este ya no es un problema grave. El inconveniente que tenemos es que nuestra mirada está puesta casi exclusivamente en los oficios del ámbito secular y perdemos de vista el ministerio de la predicación. Como padres somos orientadores en la vocación de nuestros hijos, con nuestros comentarios, ejemplos e intereses. Roguemos para que también puedan considerar, tener en cuenta esta opción, la del ministerio pastoral o el de la diaconía de la enseñanza cristiana en los colegios o el de la capellanía. Roguemos al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo. La escuela para prepararlos ya está construida, se llama Seminario Concordia.
Pastor Arturo Truenow – Presidente de IELA.