Hace unos días recibí el libro: “¿Dónde está Dios en un mundo con coronavirus?” Confieso que le di una lectura rápida, no obstante me quedó sonando el hecho de que el pueblo de Dios, no solo tuvo que hacer “cuarentena” para evitar el contagio de ciertas enfermedades, sino que además le fue impuesto un distanciamiento social. En el libro de Levítico, en el capítulo trece se hablan de estos temas. No somos los primeros, ni los últimos, los que tenemos que guardar cierta distancia social por el bien de la comunidad toda.
Pensar en estas cosas, me llevó a recordar a los diez leprosos que se mencionan en Lucas 17. El evangelio lo relata del siguiente modo: “Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se quedaron a cierta distancia de él, y levantando la voz le dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!” La distancia a la que tenían que estar los leprosos era de unos cincuenta pasos, un poco más que el metro ochenta que se recomienda en nuestros días.
En este tiempo, muchos pasajes de las Escrituras están tomando una mayor dimensión, vamos comprendiéndolos con una perspectiva más amplia. Podemos entender un poco mejor, por ejemplo, la situación que vivían aquellos que eran aislados por razones de salud, y conocer los aspectos negativos del estar aislados. Leer o escuchar el clamor de estas personas: “ten compasión de nosotros”, ahora es diferente que antes de esta pandemia, cuarentena y aislamiento. Hay quienes, al verse aislados, empiezan a entender los sentimientos que entran en juego de alguien que vive un “aislamiento” o de aquellos que están “privados de la libertad”, sin importar las razones.
Doy gracias a Dios por el descubrimiento que muchos estamos haciendo en este tiempo de cuarentena y aislamiento, en los muchos y diversos aspectos de nuestra vida en comunidad y a partir de la Palabra de Dios.
Escucho en las noticias que a unas treinta cuadras de casa, en un nosocomio está internado parte del personal de la salud infectados del virus. A unas cuarenta cuadras, una clínica fue clausurada porque hubo personas con el virus. A un poco menos de distancia, quizás a unas veinte cuadras, una funeraria se vio obligada a cerrar sus puertas porque los administradores y empleados de la misma están contagiados del Covid; uno de los fallecidos por el virus, en uno de los nosocomios, fue llevado allí. Ese enemigo, invisible, que hasta hace unas semanas atrás parecía distante, ahora está más cerca, alguien diría: “a la vuelta de la esquina”. No pretendo con esto, causar ningún tipo de alarma, ni para mí, ni para nadie. Esta realidad, más o menos cercana, me lleva a reconocer que tiene sentido el aislamiento para proteger y cuidar a las personas.
Meditar a partir de la Palabra de Dios, no resuelve el problema del coronavirus, ni de la cuarentena y el aislamiento. Pero nos permite vivirlo de otra manera: en primer lugar poniendo nuestra confianza en el Señor; en segundo lugar clamar a él por compasión para el mundo que padece por estas causas. Sabemos de la misericordia y de la compasión del Señor, que lo llevó a morir por vos y por mí, y a resucitar para que vos y yo tengamos la certeza de que él venció todo mal, y que su victoria sobre el enemigo, es nuestra victoria; en tercer lugar armarnos de coraje, refugiándonos en el Señor, para enfrentar lo que haya que enfrentar.
Seguramente esperamos con ansias que el próximo 10 de mayo nos den la noticia de que se “flexibilizará” un poco más la cuarentena y el aislamiento. Quizás esto no ocurra, aún, en los grandes centros urbanos. Por ello pidamos que el Señor nos haga pacientes por medio del Espíritu Santo, y nos lleve a buscar más que nunca este fruto espiritual. Que el Señor nos ayude a comprender que mantener las distancias, hoy, es para el bien de toda la comunidad. Llegará ese día en que podamos, una vez más, estrechar las manos, abrazar al otro, como habrán hecho aquellos diez hombres enfermos de lepra, una vez que la autoridad determinó que estaban limpios y que podían dejar el aislamiento y la distancia social.
No dudo en que El Señor hará que de todo esto salgamos fortalecidos. Que así sea.
“Pues no tengo dudas de que las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Romanos 8.18, 38-39).
Pastor Claudio Herber