Domingo 19 de febrero. Transfiguración de Jesús.

Eclipse.

El eclipse, como fenómeno astronómico, siempre nos causa curiosidad. En este, un astro oculta a otro y, a nuestra vista, parece que lo apaga, oscurece o esconde.

Cuando vino Jesús al mundo en navidad, su naturaleza humana eclipsó a la divina, la escondió. En la transfiguración (Mateo 17:1-9), ese eclipse cesó por un momento y la naturaleza divina de Jesús se mostró de manera directa.

Este evento está rodeado por el anuncio de Jesús de su muerte. ¿Bastaba con que muera uno como nosotros en lugar de todos los pecadores? Era necesario que quien muriese sea un ser humano, pero para que nos beneficie en verdad, debía ser algo más. Ahora estaban viendo que quien había anunciado su muerte por todos era el mismo Dios con nosotros.

En relación con su muerte es que aparecen aquellos dos personajes que fueron pilares del Antiguo Testamento. Mientras tanto, Pedro estaba fuera de tiempo, celebrando el final cuando a Cristo todavía le faltaba pasar por la cruz.

Cuando todo pasó, nuestros tres hermanos, Pedro, Santiago y Juan, “no vieron a nadie más que a Jesús”. Antes habían escuchado del Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Óiganlo a él!”

Lo oyeron hablar de la cruz: indica nuestro pecado (por nuestro pecado fue a la cruz). Pero también es palabra de gozo y salvación: de la cruz proviene nuestro perdón.

También lo oyeron hablando de nuestra cruz. “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame”.

Esta experiencia describe muy bien a la iglesia:

  • Está formada por gente necesitada: muchas veces no sabemos lo que decimos, preferimos vivir encandilados y no ver las miserias que acompañan a muchos, y en ocasiones caemos de miedo cuando Dios se nos acerca demasiado.
  • Por otro lado, al único que ve es a Jesús. En la iglesia es él el notable, prominente, la cabeza, aquel a quien oímos y creemos.
  • Después de ver su gloria cuando nos reunimos en torno a su palabra y sacramentos, seguimos a nuestro Señor, que va al encuentro de las personas con sus miserias para atenderlas. Ese es nuestro derrotero.

Roguemos al Padre que nada eclipse nuestros oídos y corazón y que nada eclipse la palabra de Dios, para que siempre y de buena gana sigamos oyendo la voz de Cristo y haciendo su voluntad.

Arturo E. Truenow, pastor presidente